COVID-19 y la cultura de la impunidad en México

Los contagios siguen en aumento en México y al parecer no hay nada que pueda detenerlos. Más allá de entrar al estúpido juego sobre discutir la insuficiente actuación del gobierno, o de repartir culpas entre todos, hemos dejado de lado un aspecto básico elemental en la cultura Méxicana: la impunidad.

¿Qué tanto afecta esta cultura a enfrentar esta pandemia?

La cultura de la impunidad

Vivimos en un país en el que estamos acostumbrados a prácticamente poder hacer lo que sea – siempre y cuando nadie esté observando, y es justo esa actitud la que ha moldeado una psique colectiva nacional en la que tenemos permeadas frases como “el que no transa no avanza”, como bien lo delineara Paz en El laberinto de la soledad. Chingar o que te chinguen.

En la ciudad de México y algunas otras metrópolis Mexicanas viven tantas personas que es practicamente imposible cometer una fechoría sin ser visto, pero a la vez son tantos que es imposible volver a encontrar a dicha persona jamás.

En ocasiones las redes sociales han funcionado para encontrar a algún sujeto que haya perpetrado algún atentado, sin embargo no es una práctica habitual, sinó más bien un mecanismo de defensa principalmente de grupos de defensa animal, pues son tantos habitantes que de verdad resulta casi imposible volver a encontrar a alguien si este decide esconderse, o tan fácil, cambiarse de zona.

Esto hace pensar en la ineficacia de la policía, pues al carecer de comunicación e incluso tener rencillas entre elementos de grupos de distintas zonas, hacen imposible una labor colaborativa de investigación, mucho menos de aprehensión.

Estos y otros tantos factores dan pauta a que en México – principalmente en las grandes urbes – la impunidad se vuelva parte de nuestra cultura. Las historias de los grandes capos criminales y políticos hacen creer que en México se puede hacer de todo siempre y cuando muevas dinero, ¿lo lamentable? Es verdad, es totalmente cierto.

La impunidad suele presentarse con dos rostros, el mustio que finge demencia ante la confrontación y actúa cuando nadie lo ve, y el prepotente, que cínicamente se burla cuando es confrontado y actúa frente a todos con el mayor descaro.

La cultura del abuso

El saber que en México se puede hacer de todo siempre y cuando no te atrapen ha permeado en nuestra mente de tal manera que un gran porcentaje de la población aprovecharía una abusiva oportunidad en caso de tenerla, y se refleja en los más mínimos aspectos como querer cobrar de más, o dar cambios incompletos en transacciones mercantiles, el cobrar “según el cliente” y demás.

México es un gran país para ser abusivo, y son millones de casos lo que se pueden escuchar, desde el pariente que nunca regresó el préstamo hasta abusivos vecinos que invaden áreas comunes como las banquetas para poner rejas para sus automóviles.

Al final, todo pleito se resuelve con dinero, permitiendo que las personas abusivas se salgan con la suya, pues al no haber un auténtico y confiable organismo que proteja los derechos de los habitantes, estos quedan desprotegidos ante cualquier situación, ya que todo se resuelve con dinero. La corrupción es un problema enorme que azota al país entero, y como tal permite impunidad, y tomemos nota de algo: esto es SOLO en caso de no haber sido atrapado.

¿Qué significa? Que los ciudadanos estamos literalmente sujetos a la moralidad de las personas, lo cual es deplorable, considerando que la moral no debe estar por encima de la ética, y que deberíamos poder vivir tranquilos en un país que da recursos por montones.

El abuso y el SARS-CoV-2

La cultura de impunidad está tan impregnada en nuestra psique que casi podríamos ver a alguna persona esconderse para “que el ‘cobi’ no lo vea”. Incluso estornudar, toser o sonarse la nariz en vía pública se ha vuelto un deporte de alto riesgo, considerando que las personas huyen despavoridas ante estos indicios.

El punto es, la cultura de impunidad se permea hacia la población ante el riesgo de una infección con “argumentos” como “de algo nos hemos de morir”, “no, a nosotros no nos va a dar”, e incluso a tomar acciones que van desde hacer inocentes gárgaras con sal hasta tomar cloro.

Lamentablemente aunque se de la información las personas en este país suelen recurrir más a la divulgación de boca en boca, y basta que surja alguna noticia de algún famoso doctor en algún pobre país Latinoamericano o Africano que descubrió el fraude detrás del virus y encontró algún remedio casero para confrontarlo sin terminar en el hospital.

Si tan solo fuera tan fácil…

Practicamente todas estas noticias nunca refieren las credenciales de dicho doctor, o confirman la nota, o bien sea tan solo algún oportunista médico que buscó sus cinco minutos de fama y gloria, pero que quedará en el olvido algunos días después – cuando la atención de la masa en general esté volcada en algún otro chisme derivado de la política y la pandemia.

Muchos habitantes – al saberse poseedores del “secreto” para no infectarse – comienzan entonces a abusar, saliendo a comer con amigos, acudiendo a centros comerciales para matar la tarde, reuniéndose para tomar un par de cervezas.

“Nomás es un ratito” – “somos poquitos” – “voy rápido a la tienda” – “estamos al aire libre” todas son frases que marcaron una historia antes de que llegara el COVID-19, y es que pareciera que esta cultura de impunidad aplica también para el virus.

La impunidad y el SARS-CoV-2

Estamos tan acostumbrados a cometer “pequeñas fechorías” sin ser castigados, a disfrutar del anonimato, que se vuelve una práctica común para un caso que no tiene nada que ver con ser visto, ni siquiera con estar rodeado de personas.

Si una persona infectada se sienta en una banca pública y la toca – impregnándola con el virus, esta se vuelve un fómite que puede contagiar a las siguientes personas que se sienten en el mismo lugar hasta un promedio de cinco días – mismos que tarda el virus en degradarse del material. Si esto pasa con una banca, ¿qué pasa con el dinero?

El manejo irresponsable de los fómites y la falta de información al respecto por parte de las autoridades agravan la situación – además de denotar una falta de higiene precaria en el país – pues las personas siguen consumiendo y aunque los establecimientos mercantiles de servicio manejan una higiene decente, también es verdad que hay más gente en la calle vendiendo artículos por falta de empleo, ergo se mueve demasiado dinero en efectivo en las calles, también, gracias a los ambulantes que no cuentan con capacidad de lavarse las manos después de cada transacción.

Sumémosle la actitud inconsciente de impunidad que nos lleva a pensar que a nosotros no nos va a tocar, ¿porqué? “porque no somos pendejos y si, si nos cuidamos”.

Creer que todos son “pendejos” menos uno nos lleva a relajar nuestras medidas de seguridad, y si aunamos la actitud de impunidad que nos antecede obtenemos como resultado casi millón y medio de contagios, mismos que son utilizados por políticuchos para balancear los regímenes del poder a costa de la población.

…nuevamente, la impunidad de los políticos que insisten en hacer campaña con el costo de más vidas – al parecer no han pensado que de enfermar y fallecer el asistente a su mitin, no habrá quien vote por ellos.

Claro, es fácil enfermarse cuando sabes que tienes atención médica de primera patrocinada por el Estado.

¿Hay culpas?

Considerando que la pseudo-política que se maneja en el país no está basada en las propuestas y la unión, sinó en ladrar en contra del otro y pretender exhibirlo mientras esconde sus propios secretos, la trama de la pandemia se complica.

Son muchos los casos de políticos que se han contagiado incluso hasta dos o tres veces, pues más allá de su función pública (pues la mayoría de quienes ladran ni siquiera son funcionarios durante este sexenio) insisten an realizar mítines que lo único que logran hacer es contagiar a más personas.

Por otro lado está una muy mediocre actuación de la Organización Mundial de la Salud, que ha sido deficiente en informar y apoyar a los gobiernos a realizar campañas adecuadas, tal como pasa con el de México. Los gobernantes están limitados a la información que este organismo procura, y claro, los países rebeldes, como aquel que demostró que las pruebas PCR no eran confiables al mostrar una papaya infectada.

Los gobiernos no se quedan atrás, ya que dependen en gran parte de la información que procura la OMS, y en el caso del de México, que ha sido obligado a súbitamente incrementar la capacidad de su sistema de salud tras haber sido víctima de derroches y desvíos, pero que se queda corto en sus campañas de prevención, y se limitan basicamente a “usa cubre bocas y lávate las manos… ¡no salgas de casa!”.

¿Qué tal los gobiernos que no lanzan a semáforo rojo porque se acercan fechas de hiperconsumismo? Esos mismos que quieren evadir su responsabilidad con tal de no dar pauta a los partidos opositores para ser criticados por su actuación.

Sumemos la participación de ESOS partidos políticos, que utilizando el poder de los corruptos medios han convertido esta pandemia en un fenómeno estrictamente político, en el cual se invita a desobedecer las indicaciones simplemente con tal de atacar a los encargados del tema por parte del gobierno.

No olvidemos a los comerciantes, que con tal de seguir vendiendo implementan relajadas medidas de seguridad, pues claro, muchos comercios no tienen el espacio suficiente para implementar todas las recomendaciones, como aquellos en donde solo caben dos mesas, por ejemplo.

Mencionemos también a los teoristas conspiracionales, que han fabricado decenas de historias distorsionadas que dan pauta a pensar que solo nos están timando con una enfermedad que no existe en realidad, por ejemplo.

¿Qué tal los médicos que diagnostican y curan a distancia con solo algunas preguntas superficiales sobre los hábitos de sus “pacientes”? ¿qué decir de los coaches que afirman que con estar en forma y con el sistema inmunológico en buen estado son capaces de evadir al virus?

Y por último, la población en general. Demasiada necedad en querer reunirse, pues al parecer además de la cultura de la impunidad tenemos la cultura muégano, en la cual nos aferramos a querer congregarnos con los nuestros a toda costa, total, “a nosotros no tiene porque darnos”.

Esta población que también tiene que salir a trabajar forzosamente, pero que no cumple con las medidas mínimas de seguridad ni siquiera para cuidarse ellos mismos, y ni portan al menos un simple gel de alcohol.

La percepción de la gravedad

Gracias a la información generada por los medios informativos – sea la fuente que sea y con la intención que haya sido – la percepción sobre lo que ocurre con la pandemia ha sido tremendamente deformada, provocando que las personas se sientan impunes ante los efectos del virus.

El creer que con portar un cubrebocas estamos protegidos es una locura. Se sigue viviendo la vida tal cual antes de la pandemia JUSTO al cierre de año donde más se congregan las personas, y donde surgen las alergias que obligan a más personas a estornudar y a toser. El cubrebocas sin duda da una falsa sensación de seguridad que está aumentando el número de muertos.

Y porque no reconocerlo, un actor de gobierno solicitó que se tomara este nuevo pico como “rebrote”, ¡y fue ignorando por su mismo gobierno! Ante la falta de claridad de la comunicación del mismo, los habitantes estamos totalmente descuidados, creyendo falsamente que estamos protegidos cuando en realidad estamos más expuestos que antes, pues vamos por la calle confiados en que la impunidad con la que vivimos día a día aplica también para un virus.

Echarle la culpa alguien más, al parecer siempre funciona.

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